domingo, 31 de enero de 2016

Arqueólogos descubren un nuevo campamento militar romano en Balboa


Un equipo de arqueólogos ha descubierto una nueva fortificación militar vinculada con probabilidad a las Guerras Cántabras en una zona montañosa llamada Serra da Casiña, próxima a la localidad de Valverde, en el municipio berciano de Balboa. La fortificación comprende entre 11 y 12 hectáreas -más de once campos de fútbol- y pudo acoger a un contingente expedicionario del tamaño de una legión que participase en el proceso de conquista del territorio.

El hallazgo ha sido dado a conocer esta semana en la revista científica especializada en arqueología Arkeogazte, editada por la Universidad del País Vasco. Los autores del descubrimiento han sido los investigadores Andrés Menéndez Blanco (Universidad de Oviedo), David González Álvarez (Universidad Complutense de Madrid) y José M. Costa García (Universidade de Santiago de Compostela). El descubrimiento de este nuevo campamento permitirá comprender mejor los inicios de la romanización del territorio berciano.

Apenas reconocible en superficie

Los investigadores estiman que se trata de un tipo de fortificación de uso temporal, de las que los romanos denominaban ‘castra aestiua’. Por su tamaño, estaría destinado a un cuerpo militar de entre 6.000-7.000 legionarios, que vivirían en él durante un breve período de tiempo de uno o varios días, cuando se encontraban en territorio hostil.

Es por eso que los restos visibles sobre la superficie son apenas perceptibles y es necesario el uso de tecnologías innovadoras de análisis y reconocimiento que están revolucionando el conocimiento que tenemos de las Guerras Cántabras y la presencia militar romana en El Bierzo. Para localizar el campamento de A Serra da Casiña se han utilizado fotografías aéreas modernas y antiguas, imágenes satelitales y reconstrucciones 3D del territorio a partir de datos LIDAR.

Protagonismo de las montañas en el proceso de conquista

Para determinar el momento preciso de ocupación del campamento de A Serra da Casiña es necesario realizar prospecciones o excavaciones arqueológicas sobre el terreno para las que aún no se dispone de financiación. No obstante, los autores barajan –sin despreciar por el momento otras interpretaciones– una probable vinculación de este enclave con la fase de conquista romana de este territorio hace 2.000 años.

La localización de este campamento refuerza el protagonismo del espacio montañoso que en la actualidad separa las provincias de León y Lugo en el período de conquista y dominación romana de este territorio, abriendo el debate en torno a la extensión más occidental del teatro de operaciones en el que se desarrollaron las Guerras Astur-Cántabras entre los años 29 y 19 a.C. Es entonces cuando el emperador Augusto concluye la conquista de toda la península ibérica anexionando al Imperio Romano los territorios ocupados por comunidades prerromanas que los romanos nombraron de manera genérica como ástures o astures.

En este sentido, el recinto militar romano de A Serra da Casiña supone un nuevo hito para las investigaciones arqueológicas en la provincia de León, pues se incorpora a una lista de campamentos romanos de campaña recientemente localizados, como los de Huerga de Frailes (Villazala) o A Granda das Xarras (Candín). Esta lista se encuentra en constante ampliación gracias a la paciente labor de arqueólogos como los arqueólogos autores de este descubrimiento, además de otros especialistas que han señalado hallazgos recientes de este tipo como Fernando Muñoz Villarejo, François Didierjean o Julio Vidal.

Romanarmy.eu, una iniciativa pionera

A través de una iniciativa pionera centralizada en la web romanarmy.eu y en las redes sociales vinculadas, un conjunto de investigadores de Asturias, Galicia y Portugal están llevando a cabo una tarea de difusión y visibilización de los nuevos hallazgos y análisis sobre las evidencias militares romanas presentes en el Noroeste ibérico y la reconstrucción del proceso de conquista, más de dos mil años después del fin de las operaciones militares.

sábado, 30 de enero de 2016

National Geographic:Descubren una necrópolis ibérica intacta en Ulldecona


Un equipo de investigadores de la Universitat de Barcelona (UB) y del Institut Català d'Arqueologia Clàssica de Tarragona, dirigido por Maria Carme Belarte y Jaume Noguera, ha localizado una de las pocas necrópolis ibéricas con urnas de cerámica prácticamente intactas, según informó ayer la UB en un comunicado. En mayo finalizó la segunda y última campaña de excavaciones en la necrópolis de Les Esquarterades, en el municipio de Ulldecona, al sur de la provincia de Tarragona. Los arqueólogos han descubierto una veintena de sepulturas de finales del siglo V y comienzos del IV a.C., según han podido saber tras el hallazgo de unos fragmentos de cerámica ática de barniz negro pertenecientes a unas copas, las denominadas copas Cástulo, propias de esa época. Las urnas de cerámica fueron elaboradas con un torno de alfarero o a mano, cubiertas con una tapadera de cerámica y depositadas en fosas que fueron selladas con una losa de piedra.

Ornamentos de bronce y armamento de hierro

"Las urnas contenían restos óseos procedentes de incineraciones, siguiendo el ritual típico de época ibérica. En el interior de estas urnas se depositaban también algunos elementos de ornamentación personal de bronce (colgantes, cadenillas, fíbulas...) y en el exterior, debajo o al lado de la urna, han aparecido objetos de hierro, sobre todo piezas de armamento (puntas de lanza, jabalinas, virolas, cuchillos...)", detalla Jaume Noguera, de la UB. "La importancia de estos restos se debe al hecho de que las necrópolis conocidas de este período ibérico antiguo fueron descubiertas en los años sesenta del siglo XX como consecuencia de la introducción de tractores en la agricultura, de manera que la mayor parte de estas necrópolis quedó destruida", añade. En la necrópolis de Les Esquarterades se ha aplicado una metodología moderna que incluye la prospección geofísica, fotografías aéreas, radiografías y tomografías computarizadas de las urnas para obtener imágenes del contenido de las mismas y determinar así la presencia de ajuares antes de excavarlas. Las investigaciones ulteriores se centrarán en el estudio antropológico de los restos óseos mediante la datación por termoluminiscencia, el análisis micromorfológico de los sedimentos y el análisis arqueobiológico de la tierra contenida en las urnas y otros sedimentos de la zona de enterramiento.

National Geographic:Nerón a debate


Bajo la colina romana del Opio, hoy un modesto parque público afeado por burdos graffiti, donde los muchachos chutan sin ganas un balón de fútbol, parejas de ancianos pasean el perro, y más de un vagabundo enciende una fogata de carbón, yace enterrado parte del palacio más suntuoso que jamás se irguió en la Ciudad Eterna.

Es la Domus Aurea –la Casa de Oro–, erigida por y para Nerón. Cuando en el año 68 d.C. el universo delirante del emperador, que por entonces contaba 30 años, se vino abajo y este ordenó a un súbdito que le traspasase la garganta con un puñal (mientras espetaba entre jadeos «¡Qué artista muere conmigo!», o al menos eso cuenta la tradición), es posible que el palacio no estuviese todavía terminado. Algunos de los emperadores siguientes lo remodelaron, otros lo ignoraron, y en el año 104 Trajano reutilizó sus muros y bóvedas para dar unos buenos cimientos a sus famosas termas. El palacio sepultado quedó olvidado durante catorce siglos.

Hacia 1480 unos excavadores empezaron a trabajar en el Opio y descubrieron lo que tomaron por las ruinas de las Termas de Tito. La tierra cedió bajo los pies de uno de ellos, que aterrizó sobre un montón de escombros, y al abrir los ojos se encontró contemplando un techo todavía decorado con suntuosos frescos. La voz corrió por toda Italia. Grandes artistas del Renacimiento, como Rafael, Pinturicchio o Giovanni da Udine, se descolgaron por el hoyo para estudiar (y después reproducir en varios palacios y en el Vaticano) los profusos y repetitivos motivos ornamentales que recibirían el nombre de grutescos, precisamente en referencia a la gruta en que se había convertido la Domus sepultada. Cuanto más se excavaba, mayor era el asombro: largos pasajes de columnatas desde los que se dominaba lo que en otro tiempo fuera un gran jardín con un lago artificial, vestigios de oro y fragmentos de mármol originarios de Egipto y de Oriente Próximo que habían revestido los muros y los techos abovedados, y una espléndida sala octogonal cubierta con una cúpula, construida seis decenios antes de terminarse el tan loado Panteón de Adriano.

Hoy, y desde que en 2010 se hundiera parte de la cubierta, la Domus Aurea está cerrada al público hasta nuevo aviso. Todos los días se trabaja en el cuidado de los frescos y la reparación de las goteras. Hasta su reciente jubilación, el arquitecto romano Luciano Marchetti supervisaba las intervenciones en la Domus Aurea. Una mañana, sumido en la gélida oscuridad subterrá­nea de la Sala Octogonal, situada en el extremo este del complejo palaciego, Marchetti apuntó la linterna hacia lo alto y admiró el impresionante techo abovedado de ocho caras –15 metros de esquina a esquina–, sostenido por los arcos de las salas adyacentes, sin apoyos visibles.

«Este lugar me sobrecoge –dijo en voz baja–. Es de una sofisticación arquitectónica nunca vista. El Panteón es una maravilla, qué duda cabe, pero su cúpula se sustenta sobre un cilindro construido ladrillo a ladrillo. Esta está suspendida sobre estructuras invisibles.»

Con un suspiro, el arquitecto musitó una frase en latín: damnatio memoriae. Borrados del recuerdo: tanto el palacio como los logros de su propietario.

Al sudoeste, inmediatamente después de esta ala de la Domus Aurea y al otro lado de una transitada avenida, en el espacio que ocupaba el lago artificial de Nerón, está el Coliseo. El celebérrimo anfiteatro, construido por Vespasiano poco después del suicidio de Nerón, al parecer recibió su nombre del Colossus Neronis, la estatua de bronce de más de 30 metros de altura que representaba al emperador como el dios sol y que en su día dominaba el valle. Hoy el Coliseo recibe más de 10.000 visitas al día. El magnate del calzado Diego Della Valle ha donado 25 millones de euros para su restauración. De las taquillas del Coliseo mana una exigua corriente de fondos que desemboca en el presupuesto de restauración del palacio enterrado al otro lado de la avenida, húmedo, oscuro, clausurado.

Justo al oeste del Coliseo se extienden las espléndidas ruinas imperiales del monte Palatino. En abril de 2011 la Superintendencia Especial para el Patrimonio Arqueológico de Roma inauguró en el Palatino y otros enclaves cercanos una exposición sobre la vida y obra de Nerón. Por primera vez se mostraron allí las múltiples aportaciones arquitectónicas y culturales del rey monstruo; también se abrió al público, en el re­cinto del propio palacio, una cámara recientemente excavada que muchos identifican como la famosa coenatio rotunda de Nerón, un comedor rotatorio con impresionantes vistas a los montes Albanos. Los organizadores de la exposición eran conscientes de que cualquier iniciativa en torno a Nerón atraería al público. Lo que no esperaban era batir el récord de visitantes desde que la Superintendencia organizara su primera exposición diez años antes.

«Sí, vende como nadie –observa Roberto Gervaso, quien en 1978 escribió la novela biográfica Nerone–. Se han hecho muchas películas sobre Nerón, pero todas ellas han sucumbido a la tentación de la caricatura. No hacía falta: en cierta manera, el personaje real ya era una especie de caricatura. Una depravación tan pintoresca atrae a cualquier biógrafo. ¡Yo nunca podría biografiar a san Francisco! Y preferiría mil veces cenar con Nerón antes que con Adriano.»

Esta noche tendrá que conformarse conmigo. Cenamos a unos cientos de metros de la Domus Aurea, en la Osteria da Nerone, uno de los pocos lugares en Roma que exhiben el nombre del archiconocido malvado histórico. «Este restaurante está siempre abarrotado –dice Gervaso, insistiendo en que no es por casualidad–. Nerón era un monstruo, pero no fue solo eso. Y sus sucesores no fueron mucho mejores. A otros monstruos, como Hitler y Stalin, les faltó la imaginación [de Nerón]. Incluso hoy sería una figura de vanguardia, un adelantado a su tiempo.

»Si hace 35 años escribí mi libro, fue precisamente por un deseo de rehabilitar su figura. Quizás ustedes puedan hacer algo más.»

Vaya… Pues No va a ser fácil «rehabilitar» a un hombre que, según las crónicas históricas, ordenó la muerte de su primera esposa, Octavia; propinó a la segunda, Popea, una patada que acabó con su vida estando embarazada; urdió el asesinato de su madre, Agripina la Menor (posiblemente después de acostarse con ella); quizás asesinó a su hermanastro, Británico; ordenó a su mentor, Séneca, que se suicidase (orden que este cumplió con solemnidad); castró y desposó a un adolescente; orquestó el incendio que arrasó Roma en el año 64 y acto seguido culpó de él a los cristianos (entre ellos a san Pedro y san Pablo), que fueron detenidos y decapitados o crucificados y quemados para iluminar unos festejos imperiales. Ante semejante currículo, nadie vacilaría en afirmar que Nerón era el mal personificado. Y sin embargo…

Casi con toda seguridad, el Senado romano ordenó borrar la memoria de Nerón por motivos políticos. Tal vez porque su muerte había provocado un estallido de aflicción popular y Otón, sucesor suyo, se había apresurado a adoptar el nombre de Otón Nerón. Tal vez porque sus partidarios no habían dejado de llevar flores a su tumba, un lugar del que se decía estaba embrujado, hasta que en 1099 se erigió una iglesia so­­bre sus restos en la Piazza del Popolo. O quizá por las amenazas de «falsos Nerones» y la firme creencia de que el rey niño regresaría algún día junto al pueblo que tanto lo había amado.

Los muertos nunca escriben su propia historia. Los dos primeros biógrafos de Nerón, Suetonio y Tácito, tenían vínculos con la élite del Senado e hicieron una crónica de su mandato con enorme desprecio. La idea del retorno de Nerón adquirió un aura de malignidad en la literatura cristiana, con la advertencia de Isaías contra el anticristo venidero: «Descenderá de su firmamento en forma humana, rey de la iniquidad, matricida». Siglos más tarde llegarían las condenas melodramáticas: el Nerón del cómico Ettore Petrolini como lunático desvariante, el de Peter Ustinov, como el cobarde asesino, y la histriónica escena grabada en todas las retinas: Nerón tocando la lira mientras Roma es pasto de las llamas. Lo que ocurrió con Nerón no fue una relegación al olvido sino una demonización en toda regla. Un emperador de complejidad desconcertante quedó reducido a simple bestia.
«Hoy condenamos sus acciones –dice Marisa Ranieri Panetta, periodista especializada en ar­queología–. Pero pensemos en Constantino, el gran emperador cristiano: hizo matar a su primogénito, a su segunda esposa y a su suegro. Uno es un santo y el otro, un demonio. Pensemos en Augusto, que destruyó una clase dirigente a base de listas negras. Roma se convirtió en un baño de sangre, pero Augusto tuvo la habilidad de oficializar la versión de sus actos del modo que más le convino. Por eso fue grande, dicen. Yo no digo que Nerón fuese un gran emperador, pero sí mejor de lo que se decía, y de ningún modo peor que sus predecesores o sucesores.»

Panetta es una de las vehementes y cada vez más numerosas voces que invitan a revisar la figura de Nerón. Pero no todo el mundo está de acuerdo. «Esta rehabilitación, este proceso me­diante el cual un pequeño grupo de historiadores intenta transformar a unos aristócratas en caballeros, me parece una estupidez –dice el prestigioso arqueólogo romano Andrea Carandini–. Por ejemplo, varios expertos serios nos dicen ahora que el incendio no fue culpa de Nerón. ¿Y cómo iba a levantar la Domus Aurea sin el incendio? Que me lo expliquen. Fuese o no el artífice del incendio, lo que está claro es que sacó partido de él.»

Merece la pena detenerse en la lógica de Carandini: Nerón se benefició del incendio, y por consiguiente lo provocó, y esta catástrofe que dañó o destruyó 10 de las 14 regiones de Roma es un episodio crucial en la mitología neroniana. «Hasta Tácito, el detractor por excelencia de Nerón, escribe que no se sabe si el incendio de Roma fue fortuito o provocado –rebate Panetta–. La Roma imperial era un laberinto de callejuelas angostas –llenas de edificios altos con los pisos superiores de madera–. El fuego era imprescindible para alumbrarse, cocinar y calentarse. En consecuencia, prácticamente todos los empe­radores vivieron grandes incendios.» Se da también la circunstancia de que Nerón no se hallaba en Roma cuando se desató el Gran Incendio, sino en su Antium natal, el actual Anzio. En algún momento de la debacle regresó a Roma a toda prisa, y aunque parece cierto que le gustaba tocar un instrumento de cuerda llamado kithara, la primera crónica según la cual se en­tregó a ese pasatiempo mientras contemplaba cómo las llamas arrasaban la ciudad fue escrita por Dion Casio un siglo y medio después de los hechos. Tácito, contemporáneo de Nerón, escribió que el emperador ordenó que se diese cobijo a quienes hubiesen perdido su casa, ofreció incentivos monetarios a quienes estuviesen en condiciones de reconstruir la ciudad sin dilación, e implantó e hizo cumplir normativas de seguridad antiincendios…

y detuvo, condenó y crucificó a los odiados cristianos. Además de apropiarse de los restos calcinados de la Ciudad Eterna para levantar en el solar su Casa de Oro.



«¿Qué peor que Nerón?», dejó escrito el poeta Marcial, coetáneo suyo. Pero acto seguido añadió: «¿Qué mejor que sus termas?».

En 2007, en el marco de un estudio de impacto para la construcción de una nueva línea de metro que atravesaría el corazón de la ciudad, Fedora Filippi, la arqueóloga romana del Ministerio de Cultura italiano que excavaba debajo del transitado Corso Vittorio Emanuele II, descubrió la base de una columna. Poco después, bajo un edificio levantado en la época de Mussolini en la Piazza Navona, Filippi encontró un pórtico, y algo más allá, el borde de un estanque. Tras más de un año de análisis estratigráficos y de un estudio exhaustivo de las fuentes históricas, la arquitecta concluyó que había descubierto el colosal gimnasio público construido por Nerón pocos años antes del Gran Incendio del año 64. Inmediatamente se paralizó el proyecto de construcción de una estación de metro en el lugar, pero también se abandonaron las excavaciones. Fuera del mundo académico, el importantísimo hallazgo de Filippi apenas tuvo eco.

«El gimnasio fue parte de la gran transformación que Nerón obró en Roma –dice Filippi–. Introdujo prácticas inspiradas en la cultura griega, entre ellas la educación física e intelectual de los jóvenes, que pronto se extendió por todo el Imperio. Hasta entonces ese tipo de termas era una prerrogativa de la aristocracia. Su popularización cambió el orden social, porque ponía a todo el mundo al mismo nivel, desde los senadores hasta el cuerpo de caballería.»

Nerón fue una granada arrojada contra un orden social ya debilitado. Pese a estar emparentado con Augusto por vía materna y paterna, físicamente parecía cualquier cosa antes que romano: cabellos rubios, ojos azules, rostro pecoso, más inclinado al arte que a la guerra. De su madre, Agripina, mujer astuta y ambiciosa, se decía que había conspirado para asesinar a su hermano Calígula, y es posible que más tarde liquidase a su tercer marido, Claudio, con setas venenosas. Tras procurarse los servicios del pensador Séneca como profesor de su joven vástago, Agripina proclamó a Nerón digno sucesor al trono, al que ascendió en 54 d.C., sin haber cumplido los 17. Quien se pregunte por las intenciones de su madre tiene la respuesta en las monedas de la época, donde la efigie del emperador adolescente no es mayor que la de la propia Agripina.

Los inicios del reinado de Nerón fueron una edad de oro. El emperador prohibió los juicios secretos de Claudio, indultó a condenados y, cuando le pidieron que firmase una sentencia de muerte, gimió: «¡Cuánto desearía no saber escribir!». Organizaba cenas con poetas (quizá, se especulaba, para robarles los versos) y seguía un riguroso programa de estudio de lira y canto, aunque no destacaba por su voz. «Por encima de todo anhelaba la popularidad», escribió su biógrafo Suetonio. Edward Champlin, profesor de clásicas de la Universidad de Princeton, percibe otros matices en la figura de Nerón. En su libro Nerón, Champlin describe al emperador como «un artista consumado que casualmente también era emperador de Roma» y «un líder adelantado a su tiempo, un auténtico relaciones públicas dotado de una gran intuición para saber qué deseaba el pueblo, a menudo antes de que este mismo lo supiera». Nerón instauró, por ejemplo, los Neronia o Juegos Neronianos, un certamen de poesía, música y atletismo al estilo olímpico que sin duda debió de complacer a las masas pero no a las élites romanas. Cuando Nerón se empecinó en que los senadores compi­tiesen con el pueblo llano en otros juegos públicos, su edad de oro empezó a resquebrajarse.
«Era algo nuevo –dice el arqueólogo Heinz- Jürgen Beste–, y Nerón encarnaba esa innovación, impulsada por una mezcla de populismo y megalomanía. Un ejemplo: la creación de las termas, tan alabadas por Marcial. Algo nunca visto, un luminoso espacio público no solo dedicado a la higiene, sino provisto de estatuas, pinturas y libros, que invitaba a permanecer y deleitarse mientras alguno de los usuarios leía poesía. Un verdadero cambio en el orden social.»

Además del Gymnasium Neronis, la lista de obras públicas del joven emperador incluía un anfiteatro, un mercado de la carne y el proyecto de un canal que conectaría Nápoles con el puerto de Ostia para evitar a los barcos las impredecibles corrientes marinas de mar abierto y garantizar el suministro de víveres a la ciudad. Estos proyectos costaban dinero, que los emperadores romanos solían obtener saqueando otros territo­rios. Sin embargo, el pacífico mandato de Nerón cerraba la puerta a esa opción. (De hecho, había liberado a Grecia, declarando que sus aportaciones culturales la eximían de pagar impuestos al Imperio.) En su lugar, optó por sangrar a los ricos con impuestos sobre bienes inmuebles, y en el caso del gran canal navegable, por expropiar directamente sus haciendas. El Senado se negó a autorizarlo. Nerón hizo cuanto pudo para sortearlo. «Inventaba acusaciones falsas para llevar a juicio a algún ciudadano adinerado y sacarle una pingüe multa», apunta Beste, pero con todo aquello se granjeó enemigos a la velocidad de la luz. Uno de ellos fue su propia madre, Agripina, quien, resentida por haber perdido influencia, quizá conspiró para que se declarase heredero legítimo a su hijastro Británico. También se ganó la enemistad de su consejero Séneca, de quien se dice que participó en un complot para matarlo. Antes del año 65, madre, hermanastro y consejero habían sido asesinados.

Nerón era libre para ser Nerón. Y así concluyeron los llamados años buenos de su mandato, a los que siguieron los años en que, citando a la historiadora de Oxford Miriam Griffin, «Nerón se refugió cada vez más en su mundo de fantasía», hasta que la realidad cayó sobre él como una maza.

Al visitar Roma y conversar con estudiosos y políticos relevantes de la Ciudad Eterna sobre el último emperador de la dinastía Julio-Claudia, uno siente la tentación de pensar si existe un hilo conductor entre la extravagante grandiosidad de Nerón y la más reciente política-espectáculo de cierto exmandatario italiano.

«Nerón era un histrión y un megalómano, pero un histrión también puede ser seductor y el centro de atención –afirma Andrea Carandini–. Su activo, repetido una y otra vez por todos los demagogos que lo sucedieron, fue la devoción que por él sentían las masas. Invitó sin reparos a toda la ciudad a entrar en su Domus Aurea, que ocupaba un tercio de la urbe, donde les esperaba un espectáculo formidable. ¡Eso es televisión en estado puro! Y Silvio Berlusconi hizo exactamente lo mismo, valerse de los me­dios para conectar con la plebe.»

Walter Veltroni, el que fuera alcalde de Roma y ministro de Cultura y Medio Ambiente, rechaza cualquier comparación entre Nerón y el ex­ primer ministro de escandalosa carrera política, aduciendo que en este último no existe ni un ápice de las inquietudes culturales de Nerón. «Berlusconi no sentía el menor interés por la arquitectura; simplemente no formaba parte de su vocabulario», dice Veltroni (quien, dicho sea de paso, también aspiró a primer ministro y fue derrotado por Berlusconi en 2008). En cambio, añade, «para mí la Domus Aurea de Nerón es el lugar más bello de la ciudad, el más enigmático, la confluencia de distintos períodos históricos».

El complejo palaciego estaba diseñado en su conjunto como un escenario, con arboledas, lagos y paseos de libre acceso. Lo que no obsta, admite Panetta, para que aquello fuese «un es­cándalo, porque estamos hablando de una parte enorme de Roma destinada a una sola persona. No solo por sus lujos (Roma estaba llena de palacios), sino por sus dimensiones. Los graffiti de la época rezaban: “Romanos, aquí ya no cabéis, tenéis que iros a [la cercana población de] Veio”».

Por más que estuviese abierta al público, lo que en última instancia representaba la Domus era el poder ilimitado de un hombre, hasta en la mismísima elección de los materiales. «Si se usaron semejantes cantidades de mármol no fue simplemente por ostentación –opina Irene Bragantini, experta en pintura romana–. Aquellos mármoles de colores procedían de todos los rincones del Imperio, desde Asia Menor y Grecia hasta África. El mensaje era claro: Roma no solo dominaba a los pueblos, sino que además disponía de sus recursos.»

El mandato de Nerón comenzó a adquirir visos de paradoja. Por un lado, se había convertido en el hombre-espectáculo cercano a la plebe. Por otro, había exacerbado su rol imperial. «Conforme se distanciaba del Senado e intenta­ba acercarse al pueblo, concentraba poder como si de un faraón egipcio se tratase», dice Panetta. Pero un emperador puede aproximarse al vulgo hasta cierto punto. «Acabó viviendo aislado en una burbuja –señala Beste–. Para llegar a él había que franquear un millón de puertas.»

«Quería estar cerca del pueblo –dice Alessandro Viscogliosi, profesor de arquitectura grecorromana y autor de una notable reconstrucción en 3D de la Domus Aurea–, pero como divinidad, no como su amigo.»

Una noche, cenando en una suntuosa enoteca próxima a la Piazza Navona, llamada Casa Bleve, el gerente me invitó a bajar con él a la bodega. Tras las hileras de barolos y chiantis distinguí los vestigios pétreos de una estructura antiquísima. Tiempo después, la arqueóloga Filippi me ilustró sobre aquella franja de Roma: «Por debajo de esa zona es todo Campo de Marte, la parte de la ciudad donde construía Nerón». Su localización queda cifrada al azar; descubrirla será la ventura de algún obrero del metro o de un reformador de cimientos. Sin ese golpe de suerte, la magnificencia arquitectónica del imperio de Nerón seguirá sepultada bajo siglos de historia romana. Hasta en Subiaco, el pueblo de montaña donde Nerón construyó su audaz villa en el año 54 (represando el río Aniene para crear tres lagos bajo el patio), las ruinas reposan tras un portalón cerrado, inadvertidas por las hordas de turistas que pasan junto a ellas de camino a un monasterio benedictino de las inmediaciones.

En todo el territorio del que fuera su imperio, existe un solo lugar que se haya propuesto homenajear a Nerón: Anzio, la famosa cabeza de playa de las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, y ciudad natal del emperador. Allí mandó edificar otra villa, hoy sumergida casi por completo, aunque el museo local custodia un gran número de piezas del complejo.

En 2009 el nuevo alcalde electo, Luciano Bruschini, declaró su intención de encargar una estatua del tristemente famoso hijo de la ciudad, que se presentó en 2010. Hoy se yergue en la orilla del mar, una imagen un tanto chocante del em­­perador a los veintipocos años, de unos dos metros de alto, de pie con su toga sobre un pilar, el brazo derecho extendido señalando el mar, que observa con mirada penetrante en todo su espléndido misterio. En la placa se lee su nombre imperial completo en italiano –Nerone Claudio Cesare Augusto Germanico– y recuerda que nació en Anzio el 15 de diciembre del año 37. Luego, tras describir su linaje, dice: «Durante su mandato el Imperio disfrutó de un período de paz, de gran esplendor y de importantes reformas».

«De niño, nadaba entre las ruinas del palacio –me contó el alcalde Bruschini una mañana de primavera mientras tomábamos un té en su despacho con vistas al mar–. De pequeños nos enseñaban que había sido un hombre malvado, uno de los peores emperadores de la historia. Al investigar un poco, llegué a la conclusión de que no era así. En mi opinión, Nerón fue un buen emperador, incluso magnífico, tal vez el más amado de toda la época imperial. Y un gran reformista. Los senadores eran ricos y poseían esclavos. Él tomó parte de esas riquezas y se las entregó a los pobres. ¡Fue el primer socialista!»

Orgulloso de serlo él también, Bruschini esbozó una sonrisa y prosiguió: «Cuando llegué al cargo decidí rehabilitar a Nerón. Pusimos carteles con el lema “Anzio, ciudad de Nerón”. Hubo quien dijo: “Pero alcalde, si mató cristianos a mansalva”. Yo les contestaba: “Muy pocos, nada que ver con los miles de cristianos que el Imperio mataría más adelante”. Recibimos propuestas de dos escultores. Uno ponía a Nerón de lunático. Lo descartamos y dimos el encargo al otro, que hizo la estatua que ve hoy ahí. Ahora es el punto más fotografiado de la ciudad».

A veces, me confió el alcalde, daba un paseo hasta la estatua para escuchar los comentarios de la gente. De vez en cuando los oía leer en voz alta la placa –«…de paz, de gran esplendor y de importantes reformas»– y mascullar: «¡Qué sarta de mentiras!». Así hablaban quienes creían en los mitos con fe inquebrantable, concluía Bruschini, los mismos que daban crédito a aquella bobada de tocar la lira mientras ardía Roma, los mismos que no percibían el componente trágico del final de Nerón: un mandatario atribulado, huido, convencido por traidores para que no se refugiase en Anzio ni en Egipto, sino en una villa al norte de Roma, perseguido por sus enemigos y desesperado ante el convencimiento de que no tenía otra salida que la muerte.

No importaba. El rey niño volvía a estar en su hogar, en Anzio, rodeado una vez más por las multitudes. 

viernes, 29 de enero de 2016

National Geographic:Descubren un anfiteatro romano en Volterra


En el siglo XXI, y aunque parezca increíble, todavía se descubren edificios públicos romanos, que han quedado completamente enterrados por el paso del tiempo. Entre finales de julio y comienzos de agosto, un equipo de arqueólogos se topó con los restos de un anfiteatro de época imperial, con capacidad para entre 8.000 y 10.000 espectadores, durante unas investigaciones en Volterra, en la Toscana italiana, según informa Elena Sorge, la directora de las excavaciones, a Historia National Geographic. "El área investigada estaba completamente cubierta por una capa gruesa de tierra y arena que ha conservado las estructuras bastante bien", afirma la arqueóloga.

La arena se encuentra a seis metros de profundidad

Volterra es conocida por su pasado etrusco y romano. Su teatro romano, de época augustea, permanece visible hoy en día, pero no se tenía constancia de su anfiteatro, donde se celebraban luchas de gladiadores y otros espectáculos. Las primeras excavaciones revelan la existencia de "un desarrollo curvo continuo que sugiere la presencia de un edificio de forma ovalada, interpretado como un anfiteatro". El estudio geoeléctrico posterior ha confirmado la existencia de "una cuenca arqueológica imponente, situada a una gran profundidad". La cávea, donde se encuentran las gradas, tenía tres niveles diferenciados para alojar a las distintas clases sociales. La arena aún no ha sido detectada, pero "se encuentra supuestamente a unos seis metros de profundidad del nivel del suelo".

jueves, 28 de enero de 2016

Hallan una estatua de Artemisa y otra de Apolo en la isla de Creta


Se trata de dos esculturas de pequeño tamaño (de 0.54 cm. de altura aproximadamente), una de Ártemis de cobre y una segunda de su hermano Apolo de mármol . La estatua de Ártemis, diosa protectora de Áptera, se encuentra en excelentes condiciones y estaba de pie sobre una base cuadrada de cobre. Lleva un chiton o túnica corta y está lista para disparar su arco. La conservación del material blanco utilizado para el iris de sus ojos es espectacular.

La estatuilla de Apolo es más simple y en total contraste con la representación enfática de la diosa protectora dominante. Sin embargo, la escultura es de excelente ejecución artística, con un uso aparente del color rojo.

Ambas estatuillas fueron importadas probablemente de centros artísticos de fuera de Creta con la intención de servir de decoración para un altar de una residencia de lujo romana. Las primeras estimaciones datan ambas estatuillas entre finales del siglo I – principios del siglo II d.C.

miércoles, 27 de enero de 2016

«La sierra del Teleno dio a Roma más oro que las Médulas: 10 toneladas»


De la cima del monte Teleno a la villa de Castrocontrigo se extienden crestas rocosas, valles quebrados, mares de pinos y, ya al final, suaves colinas. Pero debajo de todo ello reposan las huellas de uno de los trabajos mineros más intensos y sorprendentes del Imperio Romano. De hecho, el mayor de todos. Así lo mantienen el investigador leonés Javier Fernández Lozano y el cántabro Gabriel Gutiérrez Alonso, quienes acaban de publicar un estudio sobre las explotaciones auríferas en el valle del Eria en la prestigiosa revista internacional Journal of Archaeological Science Reports.

Y esos restos resultaban invisibles hasta que ambos profesionales ‘barrieron’ el área con la tecnología LiDAR, novedoso sistema de teledetección con láser aerotransportado capaz de fotografiar, bajo la vegetación y los cultivos, un entramado minero creado hace dos mil años. De esta manera, y siguiendo a la empresa Siemcalsa, transmiten que Roma llegó a extraer de la cuenca del río Eria 2,5 toneladas de oro y de la sierra del Teleno, 7,2 toneladas, todo lo cual supera la cantidad de metal obtenido en las famosas Médulas, calculada por Francisco Javier Sánchez Palencia entre 3,5 y 5 toneladas. Aparte, la inmediata cuenca del río Valduerna aportó también otra ingente cantidad: 10,6 toneladas de oro.

La principal novedad del trabajo de Fernández Lozano y Gutiérrez Alonso podría sintetizarse en la expresión «hacer visible lo invisible». Y así, en el artículo ahora publicado muestran cómo su nueva metodología, que combina tecnología láser y fotogrametría mediante drones, «permite cartografiar en mayor detalle y con más resolución los restos de minería aurífera romana presentes en estas comarcas», según explicó Javier Fernández a este periódico. Unas herramientas que, además, posibilitan el diseño «de modelos en tres dimensiones para visualizar mejor las explotaciones y canales, algo especialmente útil en el caso de identificar labores localizadas en zonas de difícil acceso o muy montañosas». Modelos también valiosos para que el público general pueda acercarse a estos importantes restos y que estarán incluidos en el proyecto del Geoparque Valle del Eria, plan para hacer de la zona un museo al aire libre, aún en su fase inicial, en el que trabajan Fernández Lozano y Gutiérrez Alonso.

En Journal of Archaeological Science Reports, la conclusión de ambos expertos en geología y arqueología, después de varios años de intenso trabajo, es meridiana: «El valle del Eria representa la mayor mina romana de oro del Imperio, con más de 13.000 hectáreas de tierra removidas entre el Teleno y Castrocontrigo». Otro de los hallazgos que revela su trabajo viene a confirmar que las explotaciones más altas son las más recientes. «Gracias a los drones y a los modelos digitales realizados —detalla— hemos podido observar cómo las minas más altas están cortando las más bajas. Esto indica una relación espacio-temporal, de tal forma que las más bajas fueron explotadas primero y posteriormente destruidas por la apertura de otras, río arriba».

Ingenieros del Sur

A juicio de Javier Fernández Lozano, experto en sistemas de geolocalización, «esto avala la hipótesis expuesta por otros investigadores en los años ochenta, viniendo a reforzar lo sistemático y elaborado del método extractivo que desarrollaron los romanos». Asimismo, las conclusiones plasmadas en el estudio destacan que en la minería aurífera romana de León «debió de existir un importante número de personas cualificadas trabajando (ingenieros, agrimensores, etcétera), pues la compleja organización y el intenso método de explotación que mantuvieron en la zona requería de una mano de obra muy capacitada para llevar a cabo semejante ‘obra de gigantes’».

«Hoy sabemos, gracias a los textos antiguos, que los destacamentos de ingenieros que trabajaron en las minas leonesas procedían de otros complejos mineros del Sur —concluyó—, lo cual es significativo de que existió un gran interés por parte del Imperio Romano de hacerse con el oro leonés».

martes, 26 de enero de 2016

Revista de Historia:Hannón el Grande, el traidor de Cartago


Hannón el Grande, ganó su apellido haciendo grandes conquistas de territorios para Cartago en áfrica, enriqueciéndose en extremo y haciéndose con el control del partido oligárquico de Cartago. Sin embargo, tan prometedor inicio no podía hacer prever a nadie lo mucho que iba a perjudicar Hannón los intereses de su patria, ya que desde el mismo instante en que se enriqueció, ya sólo pensó en él mismo y en como conservar su riqueza.

Decidido a mantener su fortuna, se opuso a la Primera Guerra Púnica contra Roma, ya que no tenía ningún interés comercial en el mar, dado que sus riquezas provenían de sus grandes posesiones terratenientes en África. No supo ver, que la pérdida del control marítimo en favor de Roma, sólo podía ser perjudicial para su patria.

Amílcar Barca, padre de Aníbal, consiguió muchos éxitos contra los romanos, sin embargo, Hannón conspiró desde la sombra para finalmente conseguir que se desmontase la flota cartaginesa, que costaba muchísimo dinero a las arcas de la ciudad, lo que propiciaría la derrota de Cartago tres años después.

No contento con esto, se negó a pagar a las tropas mercenarias que habían luchado con Amílcar Barca, por lo que estalló una sublevación a que fue incapaz de sofocar. Acudió entonces al general que al que tanto había perjudicado, Amílcar Barca, que una vez mas demostró su valía y derrotó a los sublevados.

Empeñado como estaba en conservar su fortuna, encabezó la facción pro-romana durante la Segunda Guerra Púnica, y su avaricia le llevó a negar los refuerzos que tanto necesitaba Aníbal, tras su aplastante victoria sobre los romanos en la batalla de Cannas.

Cuando Aníbal fue finalmente derrotado en la batalla de Zama, Hannón, como no, encabezó la comisión del Senado de Cartago encargada de firmar la paz con Roma.

Aníbal intentó vengarse cuando fue elegido sufete, promulgando toda una serie de leyes que perjudicaban claramente a Hannón, pero éste se las ingenió para agitar a los oligarcas cartagineses, que veían con temor las reformas democráticas que estaba emprendiendo Aníbal, consiguiendo que Aníbal fuese desterrado de la ciudad y perseguido por los romanos

lunes, 25 de enero de 2016

Una villa romana en la costa de Alicante



Tras una larga excavación, los arqueólogos han conseguido sacar a la luz una serie de estructuras pertenecientes a una antigua villa romana situada en la Albufereta, uno de los barrios más tradicionales de la ciudad de Alicante. Según el arqueólogo Joaquín Pina, se trataba de una rica villa habitada por un miembro de la aristocracia de la zona. La villa se levantó en el siglo II a.C. y estuvo en pleno uso hasta el siglo II d.C., momento en el que el registro arqueológico desaparece. Por desgracia, la mayor parte de la villa está hoy cubierto por edificios, lo cual hace muy complejo el proceso de excavación. La parte que se ha sacado a la luz es la que se encuentra contigua a la costa, y en ella se ha descubierto una gran estructura en forma de piscina que, según los especialistas, servía como criadero de peces. El consumo de determinados pescados exóticos criados en las propias villas llegó a convertirse en una obsesión para la aristocracia romana y provincial de finales de la República y comienzos del Imperio; una aristocracia que gastaba ingentes fortunas en criar estos animales para después servirlos en suntuosos banquetes que afianzaran su prestigio.

Las excavaciones han tenido un coste total de 136.104 euros procedentes de diversas fuentes públicas y privadas. A la inauguración asistieron diversas autoridades del gobierno municipal y regional.

domingo, 24 de enero de 2016

Científicos desvelan el misterio de los entierros romanos sin cabeza


Un análisis genético practicado a los restos humanos de entre los siglos II y IV desenterrados en un antiguo cementerio de la ciudad inglesa de York ha permitido asociar uno de los esqueletos a las antiguos pobladores de Oriente Medio (en concreto a los habitantes de Jordania, Palestina y Siria). Las otras seis personas sepultadas eran de origen céltico, probablemente galés, establecieron los científicos.

La detallada investigación, cuyos resultados han sido publicados en la revista ‘Nature Communications‘, partió de una insólita peculiaridad de un grupo de sepulcros donde las calaveras yacían separadas de la columna vertebral. De ellos un colectivo interdisciplinario de científicos seleccionó las siete osamentas que presentaban mejor grado de conservación para tomar muestras de tejidos óseos.

En todos los restos examinados el análisis forense reveló señales de palizas y mordeduras. Sin embargo, pese a que a las personas sepultadas les habían cortado la cabeza, los cráneos en sí estaban en muy buena condición, por lo que los investigadores decidieron extraer muestras de material genético de los huesecillos del oído medio, altamente densos.

A partir de los datos recobrados se pudo determinar que todos los esqueletos pertenecían a hombres que probablemente fueron gladiadores o legionarios. Para ambas profesiones los romanos solían contratar (o esclavizar) a la población local de las distintas provincias del Imperio, recuerda el resumen publicado.

Una vez secuenciado el genoma de cada uno de los siete esqueletos, se logró asociarlo con distintas ramificaciones de la raza humana a partir de las bibliotecas de ADN anteriormente acumuladas. Los genetistas incluso fueron más allá y no solo establecieron el origen y la posible profesión de las personas enterradas; además sacaron varias conclusiones sobre la migración y la continuidad étnica en Gran Bretaña.

Así, seis genomas (a excepción del del ‘inmigrante’) resultaron semejantes a los que tiene la población celta británica moderna, especialmente de Gales, pero divergen significativamente del de la población actual del condado de Yorkshire y de todas las muestras conocidas del este de Inglaterra. También muestran similitud con los genomas de británicos de la época prerromana, pero se diferencian del posterior genoma anglosajón, lo que confirma la continuidad de la población aborigen hasta la invasión anglosajona.

sábado, 23 de enero de 2016

El País:Un día en la vida del imperio de Trajano



Roma, noviembre de 115 después de Cristo. En las tabernas del puerto fluvial no se habla de otra cosa: el emperador Trajano ha vuelto a cruzar el Éufrates y se dirige al Tigris.

–¡Nadie es capaz de detener al César! –afirma con rotundidad un veterano de las guerras de la Dacia golpeando con su copa ya vacía de vino la mesa.

Sus acompañantes asienten mientras se sirven más vino o cogen algo del queso cortado que ha traído el dueño de la cantina. Pero en las mesas de al lado se ven rostros más sombríos. Roma ya intentó conquistar territorios en Oriente y siempre que se cruzó el Éufrates todo terminó en terribles fracasos militares cuyos efectos adversos se dejaron sentir hasta en la misma capital del imperio. Todos en Roma recordaban el error del cónsul Craso, que fue derrotado brutalmente por los partos, murieron miles y toda una legión entera quedó apresada por el enemigo. La legión perdida, la llamaban en Roma desde entonces. ¿Qué pasó con aquella legión prisionera de los partos? Nadie lo sabe, pero muchos temen que con Trajano se repita aquel horror.

Del exterior han llegado nuevos barcos que acaban de ascender por el Tíber desde el puerto marítimo de Ostia, con las bodegas llenas de ánforas de aceite de oliva, salsa garum de Hispania y especias de la remota India. Un hombre maduro, recio, curtido por las guerras y el sol y el viento de mil lugares desciende de un barco militar. Con paso firme cruza por entre una patrulla de triunviros que velan por el orden en los muelles (al menos durante el día; la noche en Roma es otra historia, otra vida, otra muerte). Ninguno de los soldados se atreve a cortarle el paso al recién llegado: el hombre recio viste túnica roja propia del combate. Además, el guerrero se cubre con un gran paludamentum, una larga capa negra que lanza destellos a la luz del sol por el fino hilo de plata utilizado en su confección. La capa está fijada al hombro izquierdo de su portador por una preciosa fíbula de oro, y de la cintura cuelga una spatha, una espada más larga que un gladio convencional propia de la caballería romana. Los legionarios de vigilancia del puerto saben que están ante un pretoriano venido desde donde combate el César.

El pretoriano asciende cruzando las calles que discurren entre los grandes horrea o almacenes portuarios. De pronto arruga la nariz. Al girar la esquina ve la enorme montaña del Testacio, el gran vertedero de Roma donde los esclavos arrojan cientos de ánforas cada día que no pueden ser reutilizadas para nuevos transportes. Las gaviotas sobrevuelan buscando restos de comida.

El pretoriano sigue avanzando en paralelo al río. Le habría gustado desviarse e ir al Circo Máximo. Como jinete siempre le han agradado las carreras de cuadrigas, pero eso ahora tendrá que esperar. Lleva un mensaje imperial que entregar. Su nariz percibe un cambio en el ambiente. Roma le habla a uno más por los olores que por otros sentidos. Está llegando a la zona del viejo Foro Boario, el mercado de la carne donde centenares de tenderos ofrecen pollos, terneros, corderos, todo tipo de animales a una muchedumbre de compradores, desde exigentes matronas hasta cocineros de grandes residencias senatoriales que se afanan en conseguir los mejores productos al mejor precio posible. Hay un comerciante que anuncia que tiene los mejores erizos, un manjar de la cocina romana, pero salta a la vista que están casi podridos y una matrona pasa al lado del puesto indicando con un gesto que aquel vendedor es sólo un charlatán.

El pretoriano se aleja del río y cruza varias plazas amplias porticadas recubiertas de mármoles traídos de África, Asia y Egipto. Es el gran Foro de Trajano. Pasa entonces junto a la altísima columna Trajana, con maravillosos relieves policromados con azules, rojos y amarillos que narran las gestas del emperador al norte del Danubio. Y por fin se detiene frente a la puerta de una gran domus. Llama con la rotundidad que da llevar un mensaje del emperador. Le abren y lo conducen a un gran atrio. El senador Palma, el conquistador de Arabia por orden de Trajano, lo recibe de inmediato. El pretoriano saluda marcialmente y extrae de debajo de su capa negra un papiro que entrega al senador. Palma lo lee y sonríe. Hay que convocar al Senado.

Palma sale de su casa en apenas media hora. Quiere ver qué cara pondrá el viejo Serviano, que con su cuñado Adriano se oponen a la política imperial de expansión en Oriente. El mensaje del pretoriano va a caer como un jarro de agua fría sobre los anhelos de algunos senadores de frenar las conquistas del César. En poco tiempo, todos los senadores de Roma están reunidos. Palma va directo al asunto:

–Armenia et Mesopotamia in potestatem P.R. redactae… (Armenia y Mesopotamia han sido sometidas a la autoridad del pueblo romano. Una nueva gran victoria de Trajano).

La gran mayoría aplaude menos Serviano y sus más fieles, como su yerno Salinator. Roma está dividida entre los que temen que la campaña de Oriente de Trajano acabe como la legión perdida, con tropas romanas prisioneras de los partos con un destino terrible y desconocido, y los que como Palma están convencidos de que Trajano es imbatible.

A cierta distancia del Senado, nuestro pretoriano está ahora en los nuevos mercados de Trajano, frente a un puesto de telas, donde ha encontrado una preciosa palla, un manto para mujer, de la mejor seda de la remota Xeres (China). Acudirá primero a las termas que el emperador ha hecho construir al norte de la ciudad. Son más baratas. Aunque tenga buen sueldo, se ha dejado muchos sestercios en el manto.

Pero la Roma de Trajano es mucho más que la gran capital: al norte, en la frontera con la provincia de la Dacia, una cohorte de alistados en la legión VII Claudia custodia el mayor puente del mundo antiguo construido por orden imperial sobre el Danubio. Al sur, en Egipto, el gran arquitecto del César, Apolodoro de Damasco, excava en la arena junto al Nilo para abrir Amnis Traianus, el canal de Trajano, que conecte el Mediterráneo con la mar Eritrea (mar Rojo). Para este César no hay ni límites ni fronteras infranqueables. Pero… ¿dónde está el emperador?

izre, Mesopotamia, seis meses después. Las legiones están detenidas en el río Tigris. Es el mismo lugar donde lo cruzó Alejandro Magno siglos atrás. Trajano sabe que es el único sitio por donde proseguir su avance hacia Oriente, pero 40.000 partos esperan con sus arcos en la otra ribera. Es el segundo intento en cruzar. El año pasado no lo consiguió. Esta vez Trajano ha lanzado a miles de legionarios en barcazas hacia la otra ribera y ha ordenado construir un puente con naves en medio de la batalla. Los partos van a rechazar el desem­barco. Todo parece perdido. Trajano mira al puente y azuza su caballo. Se lanza al galope sobre las barcas seguido por un centenar de capas negras pretorianas. El paludamentum púrpura del emperador resplandece bajo la luz del sol mientras los cascos de su caballo pisan con fuerza las endebles maderas flotantes de aquel puente improvisado. Hay emperadores que terminan un reinado, pero otros, como Trajano, cabalgan directos a la leyenda.

Santiago Posteguillo es autor de ‘La legión perdida’ (Planeta), último volumen de la trilogía de Trajano.

viernes, 22 de enero de 2016

La Segunda Guerra Púnica en la Península Ibérica. Baecula, arqueología de una batalla


Hoy estamos de enhorabuena, por fin sale a la luz la monografía sobre la Segunda Guerra Púnica en la península ibérica y el Proyecto Baecula. 

Noticia IDEAl:La Ruta de los Fenicios se promociona en Fitur


La Feria Internacional de Turismo, Fitur, ha acogido la presentación de la Ruta de los Fenicios, un proyecto turístico impulsado por el Consejo de Europa cuya puesta en marcha en España ha sido liderada por la Diputación de Jaén y el Centro Andaluz de Arqueología Íberica (CAAI).

"La presencia destacada de la provincia en esta ruta es un valor añadido para descubrir nuestro Paraíso Interior", ha afirmado el presidente de la Diputación, Francisco Reyes, que ha participado en el acto junto a Arturo Ruiz, director del citado centro y presidente de la Confederación Internacional de la Ruta de los Fenicios, y el director de este itinerario, Antonio Barone.

Asimismo, Reyes ha puesto de relieve el "plus promocional" que supone este proyecto para el Viaje al Tiempo de los Íberos, "uno de los productos de la provincia más consolidados".

La Ruta de los Fenicios es un itinerario turístico y cultural que recorre los territorios del Mediterráneo ligados al pueblo fenicio y en el que está incluido el Camino de Aníbal, con dos enclaves en el territorio jienense: el yacimiento íbero-romano de Cástulo y el paraje del Cerro de las Albahacas, en Santo Tomé. Por ello, la Administración provincial asumió en 2014, a través de la Carta de Jaén, un "papel fundamental" en su puesta en marcha.

"Se trataba de potenciar el conocimiento, la conservación y puesta en valor de los sitios geográficos históricos relacionados con la cultura fenicio-púnica y las civilizaciones indígenas protohistóricas contemporáneas a ésta, como es el caso de la íbera", ha explicado Reyes. Esta ruta recorre más de 2.800 kilómetros y, además de en España, recala en países como Túnez, Francia o Italia.

Ha subrayado, igualmente, "la singularidad" de propuesta como ésta, ofertadas desde la provincia de Jaén: "Es muy alta la competencia en un país como España, con tantos recursos de turismo interior, y tenemos que ofrecer elementos capaces de diferenciarnos".

En ese sentido, ha destacado la importancia de productos como la Ruta de los Castillos y las Batallas, Oleotour Jaén, "con más de 60 millones de olivos como reclamo"; el Renacimiento del Sur o el Viaje al Tiempo de los Íberos. En éste, junto a Cástulo, se pueden conocer otros enclaves como la necrópolis de Cerrillo Blanco en Porcuna, el Santuario Ibérico de la Cueva de la Lobera en Castellar; la Cámara Funeraria de Toya, en Peal de Becerro, o el enclave arqueológico de Puente Tablas; reclamos que cuentan en muchos casos con un centro de interpretación asociado y a los que se sumará en Jaén el Museo de Arte Íbero.

jueves, 21 de enero de 2016

Hallan restos de una alfarería de época romana en las obras de la carretera de Sant Joan


Los arqueólogos que realizan el seguimiento de las obras de la carretera de Sant Joan han hallado restos bien conservados de una estancia que pudo formar parte de una alfarería en activo en el siglo I de nuestra era. Los técnicos estudiarán a continuación la extensión de este yacimiento para conocer su relevancia con vistas a cualquier decisión que se pueda tomar sobre su futuro.

En concreto, se ha encontrado una estancia de unos 30 metros cuadrados delimitada por muros de losas de gran tamaño y un tramo de escalera que indica que se podría tratar de un espacio "semisoterrado", según ha apuntado el conseller de Patrimonio, David Ribas, en una visita de obras esta mañana para dar a conocer el hallazgo.

El estudio de estos restos no interferirá con las obras en esta carretera, ya que el tramo afectado es el último en el que se trabajará. La consellera de Movilidad, Pepa Marí, apuntó que este hecho da opción a incorporar eventuales cambios en el trazado –que inicialmente debía discurrir por encima de la estancia hallada– o incluso abordar un nuevo proyecto modificando este tramo.

Con todo, Marí ha explicado que los trabajos están cumpliendo los plazos y la previsión sigue siendo de terminar la ampliación de la carretera "en junio" de este año. La consellera también ha anunciado que el próximo lunes se cortará durante tres meses el tramo de la carretera que va de Sant Llorenç hasta el cruce con la carretera de Sant Miquel.

Durante las obras se mantendrá un carril abierto para permitir la llegada de clientes hasta los comercios y restaurantes concentrados en este tramo, "de mucha importancia" y cuya actividad se quiere perjudicar al mínimo desde el Consell.

miércoles, 20 de enero de 2016

La Junta protege como Zona Arqueológica el Teatro Romano de Guadix



El Consejo de Gobierno ha acordado este martes inscribir en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, como Zona Arqueológica, el Teatro Romano de Guadix (Granada). Descubierto en 2007 con motivo de las obras de construcción de un aparcamiento, este recinto de la antigua colonia Iulia Gemella es el único de su clase en Andalucía que conserva restos de las pinturas decorativas de su proscenio.

A ello añade la singularidad de ser también el único de los teatros andaluces enclavado en la antigua provincia romana Tarraconense, frente a todos los demás que se sitúan en la Bética, como los de Itálica, Cádiz, Málaga o Baelo Claudia.

El Teatro Romano de Guadix ha sido objeto de sucesivas excavaciones desde su descubrimiento y la adquisición del solar donde se asienta por parte del Ayuntamiento de Guadix. Estas intervenciones han permitido sacar a la luz partes relevantes del escenario, la orquesta y las gradas.

Los últimos trabajos, desarrollados en la segunda mitad de 2014 para adecuar el espacio a su visita pública, aportaron la localización de las estructuras del pórtico de acceso en el lado posterior del escenario.

La construcción del recinto data del segundo cuarto del siglo I. Con el abandono definitivo a finales del III, sus restos fueron expoliados sistemáticamente y en época islámica el teatro se convirtió en la mejor cantera para las nuevas construcciones, entre ellas la Alcazaba (siglo X). Una salida del río de su antiguo cauce interrumpió el expolio al convertir el solar en una zona pantanosa primero y en terreno de huertas hasta principios de los años 90 del pasado siglo.

Pese a los expolios, los restos investigados hasta ahora permiten ofrecer una visión apropiada de las distintas partes del teatro, además de hacer posible iniciativas de puesta en valor que enriquecerán el patrimonio monumental de Guadix.

martes, 19 de enero de 2016

Historia de Iberia Vieja:Gladiadores en Hispania


Tras la colonización romana de la Península, una de las tradiciones que se contagió a Hispania fue la organización de espectáculos en los que los gladiadores se enfrentaban entre sí y, en ocasiones, a fieras.

Estos espectáculos gladiatorios habían nacido en Roma con el fin de otorgar mayor pompa y circunstancia a los funerales de personas de alta alcurnia. De hecho, se habían constituido como una mera sustitución de los sacrificios humanos sobre las tumbas de los grandes personajes. El primer espectáculo gladiatorio (munus) de que se tiene referencia en Roma data del año 264 a.C. y sirvió para conmemorar los funerales de Junio Bruto.

Hay constancia de un primer espectáculo de gladiadores en territorio hispano cuando, en 206 a.C., Publio Cornelio Escipión organizó en Carthago Nova –actual Cartagena– un funeral con gladiadores en honor a su padre y su tío, que habían perdido la vida a la mayor gloria de la República durante la II Guerra Púnica. Lo que más nos llama la atención de ese combate es que sus participantes se prestaron a él de forma altruista y gratuita, recibiendo el nombre de ingenui.

Aunque casi todos asociamos los espectáculos de gladiadores a la Ciudad Eterna, debido en parte a las películas de “romanos” como Espartaco, los pueblos iberos los practicaron en varias ocasiones para honrar a sus difuntos más ilustres. En 140 a.C. se desarrollaron luchas entre gladiadores sobre el túmulo cinerario de Viriato –¡combatieron nada menos que 200 parejas de gladiadores!– y se han hallado cerámicas funerarias donde se representa este tipo de espectáculos en localidades como San Miguel de Liria, Porcuna, Osuna y Elche.

Con posterioridad, estos ocios adquirieron fama universal dentro de la República y más tarde con el Imperio. Sirva como ejemplo de esta popularidad el relato de Asinio Pollión a Cicerón en el que narra un suceso acaecido en el anfiteatro de Gades (Cádiz): un ciudadano romano fue obligado a luchar como gladiador y luego quemado en la hoguera.

Para evitar los excesos sanguinolentos, las autoridades legislaron prolijamente al respecto. Entre las obligaciones de los máximos dirigentes romanos se encontraba la de ofrecer entretenimiento al pueblo llano, garantizando espectáculos de gladiadores a la manera de los juegos que ya tenían lugar en la metrópoli. Las leyes sobre este particular, en concreto la Lex Coloniae Genetivae Iuliae, llegaban todavía más lejos y disponían la cantidad de dinero que se debía gastar en estos juegos –al menos 2.000 sestercios por día, aunque la cantidad variaba en función del cargo público que ostentara el encargado de organizar los juegos–; e incluso la duración de los mismos –un mínimo de cuatro días. Como caso extremo, en las capitales provinciales el coste de estos espectáculos podía desorbitarse hasta los cincuenta mil sestercios por día.

De este modo, los cargos públicos, debido tanto a la legislación como a las imperiosas demandas de una población deseosa de sangre, se apresuraron a ofrecer espectáculos de gladiadores, hasta el punto de que convertirse en gladiador profesional fue un lucrativo negocio, siempre, claro está, que los luchadores no murieran en combate...

Los empresarios que se dedicaban a entrenar a los gladiadores –los lanistas– llegaban a exigir 10.000 sestercios por la compra de los gladiadores considerados casi invencibles, y parte de ese dinero se recuperaba si el gladiador no moría en combate. No obstante, la opción preferida, según el jurista Cayo, era la del alquiler, oscilando el precio medio en torno a 80 sestercios al día, si bien el contrato solía especificar que, en caso de muerte, se consideraba ejecutada la venta y el promotor del espectáculo debía pagar al lanista 4.000 sestercios por el luchador.

El coste de los espectáculos hacía de ellos todo un lujo de carácter excepcional en la tradición hispanorromana, solo al alcance de las clases más pudientes de la sociedad.

El desempeño gladiatorio precisaba de un marco para desarrollarse, donde tuviera cabida la muchedumbre ansiosa por ver luchar a las parejas de héroes. En Roma se construyeron anfiteatros, el más famoso de los cuales fue el anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo –por la colosal estatua de Nerón que se alzaba frente a él–; si bien el primer anfiteatro de que se tiene noticia fue mandado construir por el general y político Estatilio Tauro en el 29 a.C.

En Hispania, siguiendo la estela de la capital del imperio, destacaron los anfiteatros de Corduba (Córdoba), Gades (Cádiz) y Emerita Augusta (Mérida) y, en menor medida los de Barcino y Tarraco (Barcelona y Tarragona respectivamente). En total, se han encontrado una docena de anfiteatros relativamente bien conservados, así como restos de otros diez de carácter incierto por la mala conservación de los mismos. Estos anfiteatros son la llave para comprender el fenómeno de estos juegos, en tanto que, en sus instalaciones, se han hallado una veintena de lápidas funerarias en honor de los gladiadores caídos durante los espectáculos. Así, nuestra Hispania sería uno de los lugares donde más inscripciones de este tipo se han encontrado, exceptuando Roma y Carthago (actual Túnez).

Diario Jaén:Proyecto para sacar a la luz el anfiteatro romano de Porcuna


Un diamante en bruto. Tareas de limpieza dejaron al descubierto en Porcuna, hace alrededor de un año, una mínima parte del anfiteatro romano de la antigua Obulco. Los vestigios recuperados en las prospecciones en el paraje urbano Hoyo de Mendo corresponden a contrafuertes y una portada.

Ante la magnitud del hallazgo el Ayuntamiento ultima un proyecto para su excavación sistemática y puesta en valor. El alcalde, el popular Miguel Moreno, explica que la idea es efectuar unas catas para determinar el estado en el que se encuentra el inmueble, prácticamente sepultado en su totalidad. Si el resultado es positivo y se comprueba que los materiales están en buen estado se propondrá a otras administraciones una intervención de mayor calado, con un coste que, según las estimaciones municipales, oscilaría entre cinco y seis millones de euros. Para ello se pedirá el respaldo económico y técnico de la Diputación y la Junta de Andalucía, a cuya Delegación de Cultura se remitirá el expediente de la iniciativa.

Miguel Moreno indica que los análisis muestran que se trata de una construcción “grandiosa”, con alrededor de diez mil metros cuadrados de superficie y capacidad para numerosas personas. Uno de los problemas es que en torno al 40% del anfiteatro se halla bajo un parque mientras que el resto está en el subsuelo de viviendas particulares. Sin embargo, una vez que se acometan las catas en la parte ajardinada, según el alcalde, no habría problema para dar solución a todo el conjunto, si se certifica que el nivel de conservación merece la pena. El responsable valora la nobleza de la piedra perteneciente a la zona que afloró meses atrás. Se aprecian sillares voluminosos y consistentes y con ejecución material perfecta.

Al respecto, Moreno recuerda que la ciudad de Obulco, erigida sobre un asentamiento ibérico, era una de las más importantes del sur de Hispania, como demuestra, entre otras cuestiones, el hecho de que acuñara su propia moneda. El anfiteatro acogió, como en otros núcleos urbanos del imperio, espectáculos entre los que sobresalían diversas modalidades de combate de la época.

PASADO. El equipo de Gobierno porcunense quiere conectar la recuperación del inmueble romano con otro proyecto que, de acuerdo con sus planes, debe estar listo esta legislatura. Se trata del Museo de los Iberos. La idea consiste en la construcción de un edificio de nueva planta justo al lado del Ayuntamiento. En cuanto a los contenidos, se pretende exhibir el legado de la civilización prerromana que dejó vestigios como el yacimiento de Cerrillo Blanco, con unas 35.000 piezas conservadas, en parte bajo custodia municipal —por ejemplo en la Torre de Boabdil—. En cuanto al material actualmente en el Museo Provincial, las autoridades de Porcuna desean alcanzar acuerdos que le permitan obtener réplicas perfectas o algunos de los objetos ibéricos, que se hallan entre los más perfectos.

lunes, 18 de enero de 2016

El País:La misteriosa enfermedad que torturó al emperador César Augusto hasta los 40 años


Cuando en el año 44 a.C. Julio César fue asesinado por un grupo de senadores, Cayo Octavio era un adolescente completamente desconocido recién adoptado por el dictador romano. Nadie pensó que aquel imberbe fuera en serio en su pretensión de continuar con el legado de su padre político. Cayo Julio César Octavio, sin embargo, consiguió en poco tiempo alzarse como uno de los tres hombres más poderosos de la República –formando inicialmente el Segundo Triunvirato con Marco Antonio y Lépido– y más tarde logró gobernar en solitario como Princeps («primer ciudadano» de Roma), para lo cual adquirió la consideración de hijo de un dios. No en vano, una extraña dolencia le recordó, una y otra vez, que era mortal hasta el punto de casi costarle la vida cuando rondaba los 40 años. Sola la intervención de un médico griego evitó que la historia de Roma cambiara radicalmente. Todavía hoy, los investigadores médicos debaten sobre la naturaleza de esta intermitente enfermedad hepática o si, en realidad, se trataban de distintas dolencias no relacionadas entre sí.

El joven Octavio quedó muy pronto huérfano de padre. El patriarca, Cayo Octavio Turino, fue un pretor y gobernador de Macedonia al que, siendo un prometedor político, le alcanzó la muerte de regreso de Grecia a causa de una enfermedad que le consumió de forma súbita en Nola (Nápoles). Curiosamente, Augusto falleció mientras visitaba también Nola muchas décadas después. Numerosos autores apuntan incluso a que murió en la misma habitación en la que falleció su padre. Así y todo, se conocen pocos detalles de la dolencia que causó la muerte del padre y es difícil relacionarla con la que afectó a su hijo.

El niño que «le debe todo a un nombre»

Demasiado joven para participar en las primeras fases de la guerra civil que llegó a Julio César al poder, Octavio se destacó por primera vez como centro de la atención pública durante la lectura de una oración en el funeral de su abuela Julia. Como Adrian Goldsworthy narra en su último libro «Augusto: de revolucionario a emperador» (Esfera, 2015), los funerales aristocráticos eran por entonces acontecimientos muy importantes y servían a los jóvenes para destacarse a ojos de los miembros ilustres de la familia, como ocurrió en esa ocasión con Julio César. El tío-abuelo de Octavio decidió a partir de entonces impulsar la carrera del joven, que desde su adolescencia empezó a mostrar síntomas de una salud quebradiza. Cuando ya había cumplido la mayoría de edad, el dictador destinó a Octavio a Hispania en la campaña militar contra Cneo Pompeyo, pero debido a una enfermedad sin precisar por las fuentes llegó demasiado tarde para participar en el combate. Impregnado de escaso espíritu militar, el joven romano empleó repetidas veces, ya fuera cierta o no, la excusa de sus problemas de salud para alejarse del lugar de la batalla.

A la muerte de Julio César, Octavio –«un niño que le debía todo a un nombre», como le definían sus enemigos– no era todavía apenas conocido ni siquiera entre los partidarios del dictador fallecido, quienes veían en Marco Antonio al verdadero hombre a seguir. Tras levantar un ejército privado y ponerse al servicio de los propios conspiradores que mataron a su tío, Octavio se enfrentó inicialmente a Marco Antonio y Lépido, dos generales hostiles al Senado a consecuencia de la muerte del dictador. No obstante, los tres acabaron uniendo sus fuerzas, en el conocido como Segundo Triunvirato, contra los Libertadores, el grupo de senadores que habían perpetrado el magnicidio. Luego de aplicar una durísima represión política, el Triunvirato acorraló a los Libertadores y sus legiones en Grecia y emprendió en el año 42 a.C. la definitiva campaña militar en estas tierras. El desembarco se produjo en Apolonia, donde Octavio enfermó gravemente sin que se conozca hoy la naturaleza de sus síntomas. La dolencia, una vez más, impidió que Octavio participara en plenitud de condiciones en la batalla que puso fin a la guerra.

Los hechos ocurridos en batalla de Filipos, entre los cabecillas del bando de los Libertadores –Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino– y el Triunvirato, dio lugar durante el resto de la vida de Octavio a comentarios malintencionados sobre su poble actuación. O no tan malintencionados. Como apunta el historiador Adrian Goldsworthy, «Octavio no se comportó como cabía esperar de un joven aristócrata romano al frente de una batalla». De hecho, no apareció por ningún lado. Lo que hoy podríamos llamar la versión oficial aseguró que seguía enfermo y prefirió dirigir la batalla desde la retaguardia trasladándose en litera de un lado a otro, aunque la realidad es que cuando las tropas de los Libertadores consiguieron derrumbar el frente que debía dirigir Octavio e internarse en el campamento enemigo no encontraron por ningún lado al joven. En este sentido, la versión más probable es que ni siquiera se encontrara en el campo de batalla, sino escondido en una zona de marismas cercana recuperándose de su enfermedad en un periodo que se prolongó hasta tres días.

El hijo de un dios que era mortal

De una forma u otra, Marco Antonio consiguió dar la vuelta a la situación y acabar finalmente con el conflicto. Puede que Octavio no fuera un buen militar, pero era un hábil político. Tras repartirse el mundo entre los tres triunviratos, Octavio fue consolidando su poder desde Occidente, mientras Marco Antonio desde Oriente caía en los brazos de Cleopatra y fraguaba su propia destrucción política. Lépido, por su parte, se limitó a dar un paso atrás. En el año 31 a.C, Octavio se vio libre de rivales políticos tras derrotara a Marco Antonio, al que primero había desacreditado con una agresiva campaña propagandística, e inició el proceso para transformar de forma sigilosa la República en el sistema que hoy llamamos Imperio. Lo hizo, sobre todo, valiéndose del agotamiento generalizado entre una aristocracia desangrada por tantas guerras civiles sucesivas. Octavio pasó a titularse con el paso de los años Augusto (traducido en algo aproximado a consagrado), que sin llevar aparejada ninguna magistratura concreta se refería al carácter sagrado del hijo del divino César, adquiriendo ambos una consideración que iba más allá de lo mortal. Sin embargo, los problemas de salud de Augusto –como el esclavo que sujetaba la corona de laurel de la victoria de los comandantes victoriosos durante la celebración de un Triunfo– le recordaban con insistencia que era mortal.

La dolencia que torturó de forma intermitente la vida de Augusto tuvo su punto clave a la edad de 40 años. En el año 23 a.C, Augusto era cónsul por undécima vez, algo sin precedentes en la historia de Roma, y tuvo que hacer frente a una seria epidemia entre la población derivada del desbordamiento del río Tíber. Coincidió esta situación de crisis con las guerras cántabras y con el episodio más grave de la extraña dolencia de cuantos registró en su vida. Ninguno de los remedios habituales contra sus problemas de hígado, como aplicar compresas calientes, funcionó en esta ocasión; y todos, incluido él, creyeron que su muerte era inminente. Así, Augusto llamó a su lecho a los principales magistrados, senadores y representantes del orden ecuestre para abordar su posible sucesión, aunque evitó de forma premeditada nombrar a alguien concreto.

Cuando todo parecía dispuesto para el final del Princeps y del sistema que trataba de perpetuar, la llegada de un nuevo médico, el griego Antonio Musa, modificó el tratamiento dando lugar a una recuperación casi milagrosa. Musa lo curó con hidroterapia alternando baños de agua caliente con compresas frías aplicadas en las zonas doloridas. El agua frío y ese médico griego habían salvado su vida, por lo que Augusto le recompensó con una gran suma de dinero. El Senado, en la misma senda, concedió a Musa una nueva suma de dinero, el derecho a llevar un anillo de oro y erigió una estatua suya junto a la de Escalopio, el dios de las curas. Las muestras de agradecimientos se completaron con la decisión senatorial de dejar exentos del pago de impuestos a todos los médicos.

Ni siquiera hoy está claro cuál fue la naturaleza exacta de la enfermedad que hostigó al Princeps en los diferentes periodos de su vida, aunque lo más probable visto con perspectiva es que no fuera una única dolencia, siendo su salud siempre fue muy frágil y propensa a vivir momentos de colapso. En su largo historial médico registró problemas de eccema, artritis, tiña, tifus, catarro, cálculos en la vejiga, colitis y bronquitis, algunos de los cuales se fueron enconando con el tiempo para convertirse en crónicos, al tiempo que sentía pánico por las corrientes de aire.

Augusto, en cualquier caso, no volvió a sufrir más problemas de hígado ni registró estados graves más allá de algún catarro primaveral. Al contrario, el Princeps murió en Nola a la avanzada edad de 76 años, lo cual generó el problema contrario al que le había preocupado en su juventud: ¿Quién de los sucesores señalados en diferentes periodos viviría tanto para sobrevivir al longevo romano? Desde luego Marco Vipsanio Agripa –el más fiel de sus aliados y el hombre señalado para sucederle cuando a punto estuvo de fallecer en el año 23 a.C– no pudo hacerlo y fue él quien murió en el 12 a.C. Muy diferente fue el caso del hijastro de Augusto, Tiberio Claudio Nerón, que, habiendo caído en desgracia décadas atrás, tuvo tiempo de recuperar el favor del Princeps antes de su fallecimiento. Tiberio –que se hallaba presente junto con su esposa Livia en el lecho de muerte de Augusto– asumió la cabeza de Roma y pudo escuchar de primera mano las últimas palabras de Augusto: «Acta est fabula, plaudite» (La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!).